En esta propuesta, convoqué a los niños a seleccionar un poema favorito y a ensayar su lectura a lo largo de varias jornadas. Los acompañé personalmente en la tarea: leímos juntos los fragmentos que ocasionaban más dificultades y, cuando estuvieron seguros de que podían hacerlo con soltura, los invité a compartir la interpretación en voz alta para todos sus compañeros.

Es cierto, a través de actividades como estas, cada uno de ellos avanza en su formación como lector; por ejemplo, al conocer el poema, puede anticipar parte del contenido. Pero, además, busco que los niños disfruten de su encuentro con la poesía, que vivan la lectura y la relectura de poemas como una experiencia personal de acceso a la musicalidad y belleza del lenguaje poético y que este disfrute, a su vez, los anime a tomar nuevos desafíos.
Paralelamente, con la invitación a escribir en el marco de un taller de poesía, busqué acercarlos a ciertas formas de decir propias del lenguaje poético, que están un poco alejadas del lenguaje cotidiano, para que comenzaran a apreciar los efectos estéticos que pueden provocar. Los orienté para que pensaran qué querían contar y cómo expresarlo; el compartir sus impresiones a través de intercambios grupales facilitó la búsqueda. Los impulsé, especialmente, a explorar las imágenes contenidas en los poemas, a localizar fragmentos que transmitían efectos poderosos, a descubrir las sensaciones generadas por ciertos recursos del lenguaje, a establecer relaciones intertextuales, a focalizar la atención sobre la musicalidad de la palabra poética.
Como parte del proyecto, y porque creemos que es importante que puedan crear espacios íntimos para la lectura y la escritura (¡en un mundo tan saturado por las pantallas como este!), cada uno de los niños armó su propio paraguas especial para recitar. ¿Quieren conocerlos? ¡Colores y rimas, una hermosa combinación!