Este año, en segundo grado, vivimos la Revolución de Mayo de una manera muy especial. Durante varias semanas descubrimos juntos cómo era la vida en 1810: qué comían las familias, cómo se vestían, a qué jugaban los chicos y qué significó que todo un pueblo se reuniera frente al Cabildo a pedir un cambio. Conversamos sobre el 25 de Mayo no solo como un hecho histórico, sino como un ejemplo de participación, unión y esperanza.

De esas charlas surgió la idea de representar la historia a través de una obra teatral. Entre todos imaginamos un viaje en el tiempo: un grupo de estudiantes del presente buscaba información en la computadora y, de repente, aparecía en plena Plaza de Mayo colonial, rodeado de pregoneros, vendedores, criollos y vecinos que esperaban ansiosos las noticias del Cabildo. Así nació Un viaje al 25 de Mayo, una obra en la que todos tuvieron su momento de protagonismo.

El armado del acto fue un proceso colectivo. Investigamos, escribimos diálogos, ensayamos bailes folklóricos y construimos nuestra propia escenografía del Cabildo. Cada niño aportó su voz, su entusiasmo y su creatividad. No fue solo un trabajo de memoria histórica, también fue una oportunidad para hablar del presente: de la importancia de escucharnos, de trabajar en equipo, de valorar la libertad y de pensar en el país que queremos construir.
El día del acto la emoción fue enorme. Nuestros estudiantes se transformaron en viajeros del tiempo que, con humor y ternura, nos ayudaron a comprender que aquellos ideales de 1810 siguen vigentes hoy. Porque, tal como dijimos en el discurso, la libertad y la justicia son sueños que se construyen entre todos, cada día, con gestos pequeños pero significativos.


Celebrar el 25 de Mayo en la escuela no es solo recordar una fecha: es sembrar en la infancia la certeza de que podemos cambiar las cosas si nos unimos; que la historia no está terminada, que aún tenemos mucho por hacer. Y que, al igual que en aquel 1810, el futuro empieza cuando nos animamos a soñarlo juntos.