Cuando nos toca preparar un acto, aparecen el terror, la duda, la intriga, las ganas de que todo salga bien, el entusiasmo, los nervios, las ganas de que suceda y, por último, una felicidad gigante. Todo así, en ese orden de cuento con final feliz.
Primero cuesta ordenar las miles de ideas que se nos ocurren: pensamos qué puede ser viable, deliramos, bajamos un poco a la tierra y, por último, tímidamente, ofrecemos una posibilidad al grupo. Ellas y ellos exploran, lo revisan como si fuera un artilugio extraterrestre, proyectan cómo sería y apenas esbozan una pequeña sonrisa de costado que insinúa un “sí”, las docentes ya sabemos que es por ahí, que es el camino indicado.
Los actos escolares nacieron con la idea de estructurar ciertas fechas patrias para generar un sentido de nacionalidad (es el primer objetivo que tuvo la escuela históricamente). Sin embargo, hoy en día tomamos parte de ese protocolo para generar nuevos sentidos de forma mucho más dinámica. Sí, es cierto, se sigue cantando el himno de pie, se siguen seleccionando abanderados y escoltas, el equipo de conducción dirige unas palabras, pero también hacemos que los chicos y chicas se apropien del contenido que queremos transmitir, que recuerden qué ocurrió, por ejemplo, un 17 de agosto y a la vez se lleven una linda anécdota, un momento de disfrute único.
Así nos ocurrió con el grupo de 5° grado, con el que realizamos el acto en honor al General José de San Martín. Les propusimos a los chicos si querían utilizar un guión original de la docente y aceptaron. Se trataba de llevar la idea del teatro ciego a la escuela para que los sonidos, los aromas y la imaginación nos trasladaran a los años mil ochocientos de la historia de nuestro país. Hicimos una primera lectura en el aula, enseguida el guión gustó, resultó divertido y diferente. De forma democrática elegimos los roles y nos lanzamos a ensayar durante los días más fríos del año.
Los preparativos empezaron repletos de preguntas: ¿Dónde van a estar los familiares? ¿Mamá me va a ver? ¿Cómo vamos a ensayar todo si nos faltan actores o actrices? Sin embargo, día a día íbamos resolviendo entre todas y todos las preguntas y ellos mismos proponían muchas de esas soluciones. De una forma totalmente increíble, pusieron su impronta al guión, apropiándoselo. Sugirieron algunos pequeños cambios que lo embellecieron y cada día que teníamos que tener hora de matemática preguntaban “¿Hoy ensayamos?”.
Todo salía muy bien, hasta que, de un momento para el otro, llegó el gran día. Era viernes temprano, el cielo completamente nublado. Cerca de las siete de la mañana, comenzó una lluvia traicionera que nos hizo cancelar el evento. El aire a derrota que se respiraba en el aula era totalmente compartido, pero sabíamos que cuando pasara el fin de semana, íbamos a sanar tal herida.
Un día miércoles, con mucha ayuda de todo el equipo docente, preparamos el espacio del patio con sillas, colchonetas, carteles y alguna que otra escenografía. Poco a poco asistían los intérpretes de la obra con una sonrisa entre nerviosa y feliz. Todos mostrando su disfraz y acomodándose en sus lugares. También se llenaba la vereda de familiares a punto de entrar, mientras los nervios crecían. Por último, se acercaron los estudiantes de otros Grados, desfilando con antifaces de lo más extravagantes.
La obra comenzó a tiempo con su habitual inicio protocolar e inmediatamente la docente leyó una discurso sobre la libertad que conmovió a más de uno entre el público. Luego, los presentadores de 5° dirigieron perfectamente lo que debía hacer la audiencia para tener la mejor experiencia posible que prescindiera de la vista.
La historia de nuestro prócer, don José de San Martín, se relató con sonidos que acompañaban la narración. Algunos fueron realizados por los estudiantes y otros eran digitales. Luego se esparcieron aromas que surgían desde el centro de la pista para acompañar paisajes que cada uno imaginó a su manera. Por último, había instancias en las que el público se quitaba las vendas y notaba dos grandes cambios: ciertos personajes interactuaban con la gente y la escenografía cambiaba de lugar.
El trabajo de las chicas y los chicos fue realmente conmovedor, increíble. Si bien hubo algún comentario del estilo “pudo haber salido mejor”, la sensación de haber hecho algo diferente y divertido se vivió a pleno durante todo el día. Semejante hazaña culminó con el cruce de los Andes y también con una canción que interpretamos usando todos nuestros recursos: algunos cantamos, otros tocamos un instrumento, hay quien se animó a ambas.